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lunes, 1 de octubre de 2018

Y pare usted de contar, hoy respiramos, mañana dejamos de respirar…



El suelo que piso todas las mañanas, tardes y noches, en algunas ocasiones parecería ser que tiene una habilidad especial para lo trágico y lo desolador, pero no dejemos de tomar en cuenta la naturaleza de la gente que vive a nuestro alrededor, gente trabajadora, cariñosa, generosa y paciente. Siempre he pensado que lo mejor que tiene éste país es su gente, esto quiero que lo tengan muy presente.

Pero desgraciadamente, el capítulo del cual hablaré hoy, no es más que un recordatorio de lo cruel que puede llegar a ser el hombre con su prójimo, lo egoístas, despiadados y desconsiderados que podríamos llegar a ser cada uno de nosotros, yo no quiero causar desaliento con lo que voy a expresar en este espacio, solo quiero una cosa, no olvidar jamás y siempre tener en nuestras cabezas y en nuestros corazones a las personas que lucharon por los motivos hoy nos da miedo pelear.

En nuestro país el año de 1968 parecía demasiado bueno para ser verdad, un país en vías de desarrollo, con algunos destellos de llegar a ser una potencia mundial, se presentaba la gran oportunidad que estas tierras habían esperado, ya que los Juegos Olímpicos eran el boleto dorado de nuestra madre patria para demostrarle al mundo su grandeza y hermosura, pero como un niño que se cae en un parque y se pone a llorar, llegó la tragedia casi como acechando desde las sombras. 

La sociedad mexicana estaba lejos de estar conforme con el sexenio el cual trascurría en esos años, revueltas de ferrocarrileros, obreros, trabajadores de campo, y sí, estudiantes, estaban siendo controladas meticulosamente una a una como un niño matando hormigas. Pero había una hormiga que no dejaba de salir, siempre tratando de picar al gobierno de nuestro país.

El movimiento estudiantil del 68, fue uno de los movimientos sociales más recordados de nuestra historia, como dice su nombre, constituido mayormente por jóvenes en etapa de estudios, alumnos de la Universidad Nacional Autónoma de México, el Instituto Politécnico Nacional, el Colegio de México y diferentes instituciones de educación media superior y superior que residían en la capital de nuestro país. Aunque en su mayoría este movimiento estuvo constituido por estudiantes también participaron comerciantes, obreros, amas de casa, intelectuales, profesores y personas de diferente índole que estaban inconformes con lo que estaba sucediendo.

El gobierno mexicano lo vio como una amenaza revolucionaria en toda regla, un movimiento de ideales comunistas y terroristas, el cual criminalizó y reprimió hasta que el fatídico 2 de octubre de 1968, el gobierno en curso tomó acciones definitivas. El mitin que todos recordamos se celebró en la Plaza de las Tres Culturas de Tlatelolco, más de mil personas reunidas por una causa. La manifestación en dicha plaza, ya estaba a punto de concluir, cuando un destello verde se alzó sobre las cabezas de toda la multitud y como un despertar súbito de un sueño turbio, empezaron los disparos. El pánico y la tragedia se apoderaron de todo lo largo y ancho de la Plaza de las Tres Culturas y ya no había nada que hacer, el crimen se había cometido, el gobierno los había traicionado, sus vidas les habían sido quitadas y sus derechos humanos violados.

Pero, ¿por qué al ser un episodio tan trágico, existe la necesidad de recordarlo?, siempre he pensado que cuando el hombre empiece a olvidar, todo estará perdido. Soy un joven de 17 años y este hecho sucedió muchos años antes de que yo naciera, y, aun así, aquí estoy, rememorando y haciendo justicia con la palabra. Aunque no haya conocido a estas personas, ni presenciado estos sucesos trágicos y sólo los conozco por noticias en televisión, diversos artículos que he leído y documentales que he visto, los llevo en mi corazón, porque igual que ellos, estoy inconforme con lo que me ofrece mi país e igual que ellos, estoy dispuesto a luchar por los derechos de mis seres queridos y los míos propios.

El 2 de octubre de 1968 fue un día de sangre y lágrimas, hoy lo vemos como casi una lejana pesadilla, pero en mi humilde opinión hay que llevar esta fecha grabada en la piel, no solo por el simple hecho de respetar la memoria de esas personas que les arrebataron la vida, arrebataron la salud o su sanidad mental, por el hecho de que esto es un claro ejemplo que hay que estar unidos nosotros, los ciudadanos mexicanos, si de verdad queremos cambiar nuestra sociedad.

Yo exhorto a las personas que me están leyendo, a que, si no conocen este episodio de nuestra historia, investiguen, se informen y día con día luchemos poco a poco, con la motivación de que los jóvenes y todos los que participaron en este movimiento puedan descansar tranquilos, siendo conscientes de que su lucha no fue en vano y sus muertes, heridas y traumas no fueron ignoradas por sus hermanos mexicanos.


Antonio González Maldonado