El pasado domingo 17 de septiembre en varios estados del
país incluido Yucatán, las mujeres salieron – otra vez – a las calles a
expresar su indignación, en esta ocasión fue con motivo del feminicidio
perpetrado en contra de Mara Castilla por un chofer de Cabify. Mientras
recorrían las calles gritaban ¡Nos están
matando! hasta que las lágrimas y la rabia les ahogaban la garganta.
Sin embargo, la violencia no se detiene. El domingo pasado
Feliciana A. fue asesinada por su pareja a balazos en la vecina comisaría de
Komchén, los medios de comunicación hablan de “crimen pasional” pero no de
FEMINICIDIO ¿es tan invisible la estructura opresora que el machismo mantiene sobre
las mujeres en nuestro país?
El caso de Mara, como otros tantos en el país, al volverse
mediático generó una vorágine de opiniones en mesas de conversación y redes
sociales. Unas exigiendo justicia para la víctima y su familia, otras
reclamando la inseguridad que viven las mujeres en este país, algunas más
cuestionando qué hizo ella para colocarse en esa situación de riesgo y, por
último – pero no escasas – aquellas que exigen “piso parejo” para los hombres
cuando se trata de temas de violencia.
De esta última corriente de opiniones surgen ideas como “No
todos los hombres matan” “Nuestra vida también vale” “Los hombres también
sufrimos violencia” “Si se trata de igualdad ¿Por qué no hay delito de hombricidio?”. Claramente estas
opiniones, a veces sin mala intención, parten de un desconocimiento de la
realidad social que vivimos.
En una publicación realizada en noviembre del año pasado, el
Instituto Nacional de Estadística y Geografía informó que 63% de las mujeres
mayores de 15 años declaró haber padecido algún incidente de violencia, en el
período de un año 9.8 millones de mujeres mayores de 15 años fueron agredidas
física, sexual o emocionalmente por su pareja, 32% de las mujeres han padecido
violencia sexual en algún momento de su vida; entre las mujeres jóvenes de 15 a
29 años, el 10.0% de las defunciones registradas en 2015 fueron por homicidio,
en promedio se estima que entre 2013 y 2015 fueron asesinadas siete mujeres diariamente en el país; asimismo, se registraron 2,355 homicidios a
mujeres cometidos en el 2016 y, aunque no se tienen datos concretos del
presente año, se estima que los números van en aumento.
Más allá de las estadísticas, casi cualquier mujer puede
contarnos alguna experiencia propia en la que estando en la calle algún hombre en
un vehículo le haya gritado algún comentario obsceno, la hayan tocado mientras
camina en un lugar público, algún creativo le hubiese enseñado los genitales
y/o perseguido por las calles. Lamentablemente, otras tantas pueden contarnos
la violencia que han sufrido en sus relaciones desde el noviazgo hasta el
matrimonio, algunas por opresión y sobrecontrol de parte de sus parejas-hombres,
y otras por el uso de la fuerza física de parte de éstos.
Por todas esas situaciones los hombres no podemos pedir
“piso parejo”. En nuestra sociedad está normalizada la inequidad de género, EL
PISO NO ESTÁ PAREJO. Estructuralmente los hombres estamos en una situación de
privilegio ante la realidad que viven las mujeres, fijémonos.
Esa inequidad genera, entre otras cosas, un alto grado de violencia
en contra de las mujeres, permitiendo que existan sujetos que se sienten
arropados por el sistema – violento e impune – para ejercer actos de poder
sobre las mujeres, a quienes aprecian como de menor valor.
De ahí que las políticas públicas no sean - ni deban ser -
“parejas” como exigen algunas voces, pues la situación social no lo es. El
Estado ha requerido de crear comisiones contra la violencia que se ejerce sobre
las mujeres, ha legislado en materia de igualdad de género – incluida la
tipificación del feminicidio – ha creado centros de justicia para las mujeres e
implementado campañas de prevención de violencia contra las mujeres, entre
otras cosas. Todas estas acciones persiguen el objetivo de “emparejar” el piso,
pues resulta evidente que en nuestro país la realidad que vivimos los hombres
no es la misma que viven las mujeres.
Pero la historia no acaba ahí. La responsabilidad no es sólo
del Estado, nosotros/as tenemos que participar de estas acciones en nuestro
quehacer cotidiano. Nos toca hablar de tema, ser responsables con el uso del
lenguaje, visibilizar un sistema que oprime a unas y beneficia a otros, dejar
de participar en dinámicas que afectan la dignidad de las mujeres y exigir que
se detenga esa violencia generalizada que hoy mata mujeres, no hombres.
Compañero, observa con detenimiento y encuentra aquellas
situaciones de desigualdad con las mujeres que te rodean, en la casa, en la
escuela, en el trabajo, en la calle. También es de hombres ser solidario,
abandonar las prácticas tan interiorizadas que denigran a nuestras compañeras y
señalar las de aquellos que las realizan.
Hoy esa es nuestra responsabilidad y debemos asumirla por
Feliciana, por Mara, por Lesvy, por Valeria Teresa, por María José, por Nadia, por
Berenice Miranda, por Emma Gabriela, por Mile, por Yesenia, por Alejandra, por
Daniela, por Merly, por Rocío, por Jésica Esmeralda, por Isarve, por Paulina, por
Brenda, por Adriana, por Samai Alejandra y por todas aquellas que son víctimas
de la violencia machista.
Guillermo Bolio Riancho
Profesor del Centro Universitario Montejo
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