Por lo menos todas estas grandes pandemias fueron provocadas por mutaciones de estos virus, es decir de forma no provocada, pero hay veces que el ser humano, ya sea por querer tener avance en el desarrollo para combatir enfermedades/o peor aun por mera maldad sean esparcidas en la población.
El primer caso serían los ataques con carbunco (ántrax) en el año 2001 en Estados Unidos, exactamente una semana después de los ataques del 11 de septiembre y infectaron a 22 personas (5 de ellos casos letales, esto consistió en el envío de cartas con esporas de ántrax que fueron enviadas a diversas oficinas de medios de comunicación y 2 senadores demócratas (Que no llegaron directamente a los senadores). El “culpable” fue el microbiólogo Bruce Ivins quien se suicidó antes de que el FBI lo encausara por los atentados. El culpable entre comillas es debido a que oficialmente es el responsable, pero pudo haber más personas detrás de los atentados, al final es sorprendente que en cuestión de semanas pudo hacer a un país (Que aún resentía los efectos de un gran ataque terrorista) no dudo que muchas personas no habían querido recibir cartas en un buen tiempo, y cómo no el ántrax es algo que puedes contraer con solo respirarlo, la paranoia estaba fuertemente acentuada.
También están los casos de gobiernos o entidades pública/o privada que en aras de buscar nuevas defensas naturales o nuevas formas para tratar una enfermedad, que aunque con buenas intenciones (por lo menos en la mayoría de los casos) ha significado a un gran sufrimiento sin sentido, y para colmo algunas veces sin saberlo. Un ejemplo sería el experimento Tuskegee llamado así por la entidad donde fue hecho dicho experimento: Tuskegee, Alabama. Fue realizado entre los años 1932-1972 en Estados Unidos, este infame estudio consistió en infectar a 600 aparceros (alguien encargado de la explotación agrícola en una finca) afroamericanos con sífilis, lo infame es que ninguno de los sujetos de prueba sabía que tenía la enfermedad, solo les habían dicho que tenían “mala sangre” y si participaban en el estudio tendrían transporte gratuito a la clínica, comidas y un seguro de sepelio en caso de fallecimiento, su larga duración se debido al efectivo encubrimiento de la información durante esos tiempos (El descubrimiento de la penicilina en 1947), los “medicamentos” eran en realidad un placebo, el objetivo del estudio era ver la progresión de la enfermedad en los sujetos de prueba hasta sus últimas instancias. Esto es descrito como “la más infame investigación biomédica en Estados Unidos”.
También existen otros ejemplos como en la Alemania Nazi, la Unión Soviética, el régimen actual de Corea del norte, entre otros.
La reflexión final de esto es; no es malo hacer experimentos en aras de obtener mejoría en alguna enfermedad, o ya si es posible descubrir un eficaz tratamiento o mejor aun una cura contra ella, pero para que se pueda hacer hay que respetar ciertas reglas éticas, morales para que se pueda llevar a cabo. Ahora que lo pienso, en los tiempos de antes, especialmente en el experimento Tuskegee, nadie habrá pensado: aunque estemos buscando un mejor tratamiento para esta enfermedad, ¿no lo podemos hacer de una forma más correcta? ni siquiera ¿podemos decirles realmente qué tienen? esto es una gran contradicción al juramento hipocrático: “Tendré absoluto respeto por la vida humana”, a título personal varios de los ejemplos de este artículo, y más que no han sido mencionados se pasan de la raya.
En conclusión está bien hacer experimentos, pero para evitar repetir la historia, hay que tener un control ético muy estricto en lo que se está haciendo.
Daniela Rodríguez
Alumna de 3° de Preparatoria